Prólogo a Tienda de agujas (Jorge Figueroa)



En esta escena el foco capta una botella de vidrio que duerme sobre el asfalto. Es una noche muy fría y el pico cilíndrico, verde, alargado, con algún resto de corcho, funciona como un instrumento de viento que vuelve música y olor la desfachatez de alguna brisa. Alrededor, una jauría de noctantes baila, se refleja, rebota deformada, busca un umbral donde caer o entrar, patea puertas por abrigo y hambre, sin convicción: pide eso que cree le corresponde con un susurro borroneado, débil. Donde hay miedo, puede nacer un poema. 

Los versos de Jorge Figueroa –“un albañil de la poesía”, como alguna vez lo escuché proclamarse en la ya mítica Casa del Palo Borracho- parten de la potencia de la imagen, necesidad desbocada y serena -tan espontánea como automática- de abordar el amor y la desigualdad. Con sus obsesiones claras, el camino consiste en apuntar con el filo del ojo y definir, definir, definir hasta que la sangre emane del agujero y la tristeza se apriete en una lágrima lenta, suspendida, algo luminosa que tras caer engendrará un árbol. En esa búsqueda que nunca se detiene y se multiplica como las soledades (la hondura donde siempre estaremos solos, que además varía) aparece el yo: una voz compasiva y resignada, pesimista ante las ofertas de éxito que se rematan en los pequeños antros que conforman el lado B de las ciudades. La derrota es la razón que guía todos los viajes al sótano del cuerpo.

Tienda de agujas es un título enigmático. Más que a los poemas que integran el libro, hace referencia a ese grado 0 que guió o motivó su escritura. La poesía entendida como pulsión o lucha contra las certezas: un almohadón mullido que día a día se rasga por culpa de un resorte imperceptible que sobresale del colchón, una púa que navega la sangre. “todo parece caerse sobre lo confirmado/en agujas ciegas” dice el poeta mientras se deja atravesar por el dolor. Si bien acepta el mundo que transita, no olvida que la repetición de la misma fórmula, los mismos vicios y papeles termina siempre en fracaso. Para ser en ese mundo elige la incomodidad. Y en la incomodidad elige no callarse nunca.

Este es el libro más nocturno de Jorge Figueroa. Acá no hay canchitas de barro ni bicicletas, ni madres, la infancia pesa mucho menos y nadie te da un abrazo cuando llegás a casa. Tampoco hay lugar para las ficciones exóticas. Sin embargo, el yo dice más vivo que nunca. Más terrenal y tranquilo. Más seguro de la vida y de la palabra, instancias que se moldean en el ensayo y la pérdida. La escena es una botella de vino abandonada (la luna no importa, no pienses en los efectos de la luz), imperceptible. Aunque se pueda presuponer que está vacía, en su cuerpo aún sobrevive un brebaje tibio, a punto para acompañar un pensamiento hondo sobre la supervivencia. Un faro para los habitantes de la oscuridad que hace tiempo dejaron de creer en un ideal de redención, la quimera de pensar que al final del día aflorará un refugio imposible.


Algunos poemas de Tienda de agujas (Jorge Figueroa)

Sin darme cuenta
me fui quedando solo
como los zapatos viejos
el pasacasette
pero aún sigo sin convencerme.

Las flores en mi ventana crecen
como una parte innecesaria y tan natural
suelo detener la mirada en todo lo corrosivo
me enciendo muy pocas veces
y muchas ya no recuerdo mi nombre
Mi sangre
se destiñe entre árboles secos
así sin saberlo, pasa el reloj
sobre mis intentos
me dejo caer

procuro no ser el único.

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La noche es un puñal de tajos breves
con las medias bajas
se deja vaciar.
Uno tras otro caen los discursos
la calle escenario de preguntas
y tantas bocas cerradas
abrazos que no damos
caricias y olvidos que miran de lejos
alguien muere de frío sobre su almohada
de cartón.
Estamos fabricando lo increíble
lo asombroso.

--

Yo sabía que te ibas a morir
pero igual corté unas rosas
una botella de vino
en la mesa sin mantel
una sonrisa por si venía alguien
y la canción que escucho
siempre a la misma hora
saqué mis dedos de la guitarra
para encender la cocina.

Yo sabía que te ibas a morir
lo sabía desde siempre
cuando mis ojos
eran parte de tu complicidad
y me sonreías
siempre hasta la misma hora
nunca puse reparos a tus partidas
es más
me gustaban:
la muerte lleva vestidos de mil colores.
Yo sabía que te ibas a morir
para quedarte dormida encima mío
como si fueras la noche
como si supieras que algún día
te pediría
que me lleves.

--

Ahora que los niños duermen
comprenderás por más que reces
que el mundo se termina
que estamos debajo de millones de estrellas
que sólo fuimos turistas del mar de la nieve
y todo nos pareció poco
que el vino y las manzanas solo fueron débiles
que tu camisa preferida se gastó
que lo de ella y él sólo fue una ficción
que las ratas y las rosas tenían sus vidas privadas
que la noche se enredó con la mañana tan cerca
ahí nomás de tu nariz.

--

Dejar todo en la nada en el pulso en el aire
seguir solo conmigo con nadie en el aire
así llega lo que se va lo que vuelve en el aire
morir sin nada por nada por siempre en el aire
sentirse vacío con tanto con poco en el aire
despacio sin fuerza sin ganas en el aire
me voy me llevo me suelto en el aire.

--

Noche de náufragos y olvidos
de ver cómo se caen los últimos minutos del domingo
sobre el piso de esta casa vieja
ya no suenan las canciones de Bob Dylan
ni tu voz arriba de mi voz.
Ha de suceder lo de siempre
trataré de matar la muerte
romper los relojes
tatuarme todos tus antojos
buscar en el balcón la flor marchita
quebrado y con una sola mano
un solo ojo y miles de sueños incumplidos
tan exacto como el cielo
seguiré buscando.

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