Sobre Paisaje Alrededor (Paula Jiménez España)

*Texto leído en la presentación de Paisaje Alrededor de Paula Jiménez España en Espacio Vincapervinca (marzo de 2014)

Cuando un árbol cae en medio del bosque, una ráfaga de viento se expande a través de la piel de los animales. Habitantes, únicos dueños de casa que echan a correr. Engendra la muerte en una mariposa que huye para llevar liviana esa carga hasta el final como una decisión de vida, pero jamás ese sonido, la sangre del tronco hundida en la tierra, se escuchará y llegará al oído de quien escribe. Al menos ese árbol no hace ruido.

¿En qué momento de una historia de amor empieza el descenso? Parafraseando a Santiago Motorizado ¿se puede doblar un amor en partes iguales como si éste fuera una línea de fuego amortiguada por el viento rasante de la vida real? ¿Qué dice de nosotros ese mar calmo, esa coexistencia silenciosa, andar aparejado, cuando el concepto de vivir de golpe hasta el incendio empieza a quedar de lado apenas como un manifiesto adolescente que nos recuerda quienes quisimos ser alguna vez?

Paisaje alrededor (Bajo la luna, 2014) es una historia de árboles que se caen justo cuando alguien mira o descansa dándoles la espalda, el cuerpo. Y mirar, esta vez, no tiene que ver con develar razones ocultas ni con algún tipo de secreto que resiste en la grieta –a esta altura, ese es un grado 0 para cualquier poema-. “La mirada es más lenta que el camino”, dice el yo lírico. Este libro de poemas se construye a partir de la delimitación de territorios (los de los viajes y los recuerdos, que tal vez sean lo mismo): cruces de espacio y tiempo como forma de la conciencia. Pero no fotografías sino instantes que se captan, se atraviesan, se vibran –con las voces de Hugo Padeletti y Diana Bellessi desde el fondo, con el tiempo detenido en su duración incesante- como absolutos. La naturaleza es recíproca y el universo entra y sale del cuerpo. Penetra en la voz y la voz lo causaliza, lo devuelve como un espejismo de peligro o al menos trata de comprenderlo en diálogo. El dolor se apoya en una flor espinosa y no al revés.

Y esta serie de territorios, de paisajes o recuerdos de viaje, devuelven briznas de una (o varias) historia de amor, como mansedumbre, como hallazgo de ese punto donde el descenso comienza, justamente porque la muerte y la vida son apenas pliegos. Sin atisbo de final no existe intensidad posible. “no retrocede/y se hace manso el tiempo al empujar/ligero, imperceptible en su canción/hasta el final.”

A diferencia de sus poemarios anteriores donde la intensidad se daba fundamentalmente en la concatenación de poemas, la serie como flujo del agua en el terreno pedregoso, en Paisaje Alrededor cada poema es un recorte de totalidad. Un hit potencial si vuelvo al campo semántico del rock de líneas anteriores. Historias entera con el peligro a cuestas, con las invisibilidades de la tierra, un cielo lleno de estrellas que se ofrece quieto hasta corroer el corazón. Entonces el tiempo se multiplica como concentración y toda la historia de una familia, el amor, la sangre y la tristeza caben en una tarde de playa, un futuro que se escapa modifica el curso del horizonte o la calma y la violencia se intensifican en un barco que cruza el río, uno de esos poemas que no te olvidás. Así termina este texto.


Esteros del Iberá (Paula Jiménez España)

Flotan islas de hojas
el bote se desliza en los canales
y su madera toca
las pieles escamadas de los yacarés.
Abajo está el peligro, arriba
las plácidas cigüeñas paradas en los postes
miran el cielo opaco
lo contemplan hasta perderse en él
y pasan los carpinchos y en sus lomos
se paran las hermosas sultanas
con su plumaje azul
su collar colorado, vestidas para una fiesta.
Arriba está lo calmo, lo suave, lo perfecto
y el agua se desliza mansamente
por generosos caminos naturales
pero de pronto el viento
podría empujar los grandes camalotes y vallar
con su soplo la salida. No pensamos en eso
tampoco en las pirañas ni en las rayas
que nadan cerca nuestro.
Es tan bello el paisaje y sin embargo
el rozar de tu mano
captura mi atención, reduciéndola al punto
que mis ojos olvidan lo que ven
como si ahora
miraran hacia adentro y encontraran
tus manos en mi espalda.
Abajo está el peligro
pero nadie lo nota. No es otra la estrategia
de los oportunistas, de estos viejos reptiles
que conocen el hambre de memoria
como el único mapa de la vida.
Uno asoma su rostro, la redondez
del ojo nos espía a un costado y él
abre su boca inmensa y al cerrarla
cruje como una rama una piraña
que muere entre sus dientes.
Arriba está lo bello y continúa inmutable
como si ni siquiera
la muerte lo afectara o lo impecable fuera
el modo en que la muerte
se incorpora a la vida, así, sin sobresaltos.
No puedo imaginar ciertos finales
la manera en que las cosas se aniquilan
y pasan a formar parte del tiempo
de todo ese pasado que nos trajo hasta acá.
El bote va internándose entre islas
de inmensos camalotes
el conductor se baja y hunde
sus botas en la alfombra flotante de hojas vivas
rebosantes de verde, a punto de estallar
y nos señala una flor rosada
y dice que es la flor de los amantes.
Tira la embarcación hacia delante
con una soga. Detrás de él el cielo se despeja
cruzado por pájaros naranjas
que aletean sobre nosotras.
Arriba sigue
su curso la belleza y abajo la cadena
de bocas impiadosas comiéndose una a otra
también se continúa.
Estamos en el medio, no elegimos
mirar pero olvidamos
la rueda que nos lleva, no sabemos adonde
la holgura del peligro y del amor
que nos hace tan frágiles.

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