Como naranjas abiertas abandonadas al sol. Sobre Abyecta (Ely Neira)

*nota publicada en la revista Ni un paso atrás de Madres de Plaza de Mayo (noviembre de 2012). Ilustración Romina Degásperi

Abyecta (2003) de Elizabeth Neira Calderón imprime una retórica del cuerpo. Un gesto rupturista contra los modelos de mujer burguesa y el fin de las rebeliones.




La soledad se refracta en el caos. “Aullido” (“Howl”) de Allen Ginsberg (1956) sigue siendo un poema en expansión. La sociedad capitalista norteamericana -su etapa más ociosa y próspera como germen del triunfo aliado y tensión con la disciplina soviética- es una ruta de derroches y excesos al compás del blues, el jazz y los primeros esbozos rockeros (Presley y su campaña pro ejército). El consumo, la incorporación al aparato productivo y el nacionalismo se han constituido como los horizontes permitidos. En este contexto, la literatura se vuelve lírica del latrocinio: una grieta sobre la moral como pasaje interminable hacia la corrosión de los sujetos, de la transparencia, del intento de comunidad burguesa. Como una cadena significante inconclusa que irrumpe llorando en la noche, aquel primer verso paradigmático “vi a las mentes más brillantes de mi generación” se (nos) impone como una dialéctica del desorden. De esta enumeración interminable nacerá una poética perdurable: violenta, ruidosa, irónica, derrotada, colectiva. También emergerá una juventud y un modelo de resistencia. Las voces se multiplican para que algunos escuchen.

Kilómetros al sur, entre la cordillera y el océano frío, los poemas que componen Abyecta (2003), primer poemario de la chilena Elizabeth Neira Calderón (Santiago de Chile, 1973) son naranjas abiertas y húmedas abandonadas al sol. Canillas abiertas para inundar los mandatos perdurables de esa misma sociedad-moral burguesa que –con ayuda de las dictaduras- siempre encuentra el modo de reciclarse. También, y sobre todo, son fragmentos que constituyen una retórica del cuerpo, sustancia que intenta volver (a construir) al origen para no marchitarse. 

Y si a esta altura, Neira se ha convertido en una referente ineludible de la poesía latinoamericana contemporánea -tanto a través de sus textos como de sus performances poéticas (varios pasos adelante de la declamación en su sentido más tradicional) y su difusión en redes sociales- con cinco reediciones en su haber (Argentina, Chile, Venezuela, Colombia), Abyecta confirma su estatura de texto imprescindible que reactualiza su identidad de manifiesto. Un manifiesto contra las clases medias y las sociedades enajenadas y una resignificación-denuncia corrosiva contra el lugar “decente” en el que se suele ubicar a la mujer. 

Chile: organización, herencia económica militar, gracia norteamericana, cálculo de costos, decencia y represión. La religión como faro en el desierto. En los versos de Neira, el cuerpo femenino se pliega sobre el linaje dieciochesco sadiano al tiempo que lo reformula. Como sostiene Diamela Eltit en el prólogo de la Edición de Milena Caserola (2008), si en los textos del Marqués la mujer se convertía en un objeto de sometimiento para el sádico, en Abyecta toma posesión de su cuerpo -después de arrancarlo de la interpelación y el lugar común de la moral- para volverlo instancia de enunciación: “Nosotras / divinas hasta la intoxicación / violadas hasta el cansancio / inspiramos poesía en bares asquerosos / Besamos en la boca / y le dimos de mamar, de nuestros pechos rabiosamente igualitarios / a toda la sociedad de los / poetas-muertos-de-borrachos”. 

Así, el yo lírico se desnuda ante el placer y la tristeza irrebatible de los abandonos: la sociedad capitalista se lleva a los mejores, los integra, los transforma a sus reglas más nefastas. Se impone una moral plástica, ilusoria. Dos opciones para el artista: se integra o se muere. La sexualidad, entonces, es un vehículo de resistencia y origen. Resistencia contra el orden; retorno al cuerpo como lugar de reafirmación: Neira se sitúa en el intersticio entre los mandatos de la princesa/reina burguesa y el destino de una generación de luchadores que se burocratizó, rindió o entregó.

En esa misma línea, en ese reclamo por un lugar desde donde hablar, lo abyecto deviene una ética y una estética. El cuerpo deformado, asqueroso es la huella de lo que el sistema expolia y abandona pero como valor positivo para corroer el sistema. Como en el poema de Ginsberg, se puede ser libre desde ese espacio de expulsión que ya no reclama ser parte sino que se condensa decidido a tomar las armas o a gritar las palabras necesarias. La contrapartida, firmar el certificado de subsistencia y meter la cabeza en la pecera, como en ese retrato de los noventa donde Thom York repetía con ojos desiguales al borde del ahogo: sin alarmas y sin sorpresas, sin alarmas y sin sorpresas. Silencio.

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Militante ejemplar

“La burguesía es la clase antipoética por excelencia" (Hegel)


Nosotras
bellas sirenas aullando en la noche fresca
de nuestra juventud de oro
tetas como la leche y mirada al borde del desmayo
Amantes perfectas de kermesse de colegio de monja
Sólo besos
vigilados por las palmeras y las miradas de los papis
Los manoseos vendrán después
Pero entonces
parecíamos confites recién hechos por la abuela
humeando olores dulces en bandeja de plata
el baile era nuestro
y una horda de príncipes babosos mosqueaban alrededor

El noviazgo largo como la mejor de las latas
luego campanitas nupciales en nuestra ventana
tañidas por los papis

nosotras
ahora, depiladas, encremadas con menjunjes carísimos
y el sexo encintado igual que el bizcocho de novios
y tantos regalos
al fin el refrigerador de cien puertas
la vida en rosa catálogo
y nosotras
ahora rubias
prolijamente corregidas
militantes ejemplares del proyecto mayor

Pero
¿En qué momento nos convertimos en estos animales estragados?
que caminan a empellones por las calles
premunidas de bolsas como cañones por los flancos
feroces, económicas, gastronómicas
cosméticas, maternas, carcelarias

¿Cómo llegamos a convertirnos en esta especie de reptiles horribles, que castran a sus
machos y devoran a sus crías?

Desde algunos años
el olor a fracaso se perpetúa en las paredes color pastel de la casa
en cada hebra de las cortinas
en el tapiz de las sillas
como un guiso mal hecho
El fracaso
partiendo las biografías
para su mejor embalaje
lo mismo que las sandías
condenadas por su exuberancia
a vivir cuadradas en las bodegas de los barcos japoneses

Como una carpa de circo
nos derrumbamos con muy poca dignidad y con mucho estruendo

Entonces vamos al carnicero y le pagamos una tonelada de dinero para que nos faene
Un corte por aquí, otro para allá
Y luego hablamos de eso o de cualquier otra cosa
porque desde hace tiempo
no hacemos más que sonar
Nuestras lenguas sufren
constantes espasmos y convulsiones
no pueden estar quietas
Sonamos fuerte
como antes nuestros catres
Vibramos el día entero
juntando vocales y consonantes
Agotado el espectro de sonidos humanos croamos, balamos, ladramos, piamos, gruñimos y
compramos
Compramos como condenadas a muerte
También comemos y algunas todavía vomitan después

Pero sobre todo
vigilamos, controlamos, nos entrometemos, nos infiltramos, asfixiamos finalmente
con manos impecables de manicure.

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