*publicada en la revista Ni un paso atrás (mayo de 2012)
“cómo esa/espero que vuelvas/y me cuentes cómo es/el otro lado”. La palabra socava, dibuja grietas en los muros. Obligado Tic tac
(La Cartonerita Solar, 2011), el primer libro de Liliana
Cabrera, no acepta esquemas ni estigmatizaciones. Partiendo de un tono
de remembranza en apariencia ingenuo, la voz poética inicia un camino de
fortalecimiento y autodeterminación.
Al menos en principio, un dato tiñe de
excepcionalidad esta obra. Cada uno de sus poemas fue tallado desde la
Unidad 31 de Ezeiza (Servicio Penitenciario Federal). Y es a partir de
esa reclusión que el viaje multiplica su sentido. Para Cabrera, el
recuerdo y el sueño son la tinta para contar la historia: la elipsis
–aquello en riesgo de borrarse- entre el paraíso perdido del amor trunco
que sobrevive en el pasado y la crudeza que signa un presente de
aislamiento y control.
Dieciocho son los poemas que componen Obligado Tic Tac.
Palabras que recorren los ruidos de las calles porteñas, detallan
desayunos, imposibilidades, fronteras y distancias con otros países,
voces otras que se entrecruzan: al parecer la fórmula es la precisión.
Como sostiene la poeta Paula Jiménez, en los textos de Cabrera los
números y las referencias espaciales se despliegan como una red de
contención que le imprime un trasfondo de realidad a cada una de las
imágenes. Esa raigambre sirve para delinear un sujeto lírico que, además
de poner el cuerpo, deja huellas, vuelve propio el terreno y no deja
dudas sobre la veracidad de los acontecimientos. “(…) Voy de camino a Pasteur/mientras corre el año 94/en este 18/07…”
Poesía en viaje, cada paso que fuera dado ha
contribuido con el aquí y ahora. Sin embargo, el paralelo subsiste. Como
primera medida, el “del otro lado de los muros” se inscribe como un
sueño liberador al que es posible acceder en tensión con la inmediatez
opresiva desde donde se observa. “Me llevás con las palabras/de tu
garganta quebrada./Hasta que el recuento/te interrumpe y me
despierta(…)/Pero ya no importa, Gloria/una parte de mí/se quedó con
vos/y aún sobrevuela/Rosario.” A través de la palabra, de esos mundos otros que se expanden, la resistencia al encierro se viabiliza.
En segunda instancia (continuidad con la
noción de sueño), en el poemario se despliegan dos pasados articulados
por el recuerdo. El primero corresponde a un tiempo armónico, de
felicidad absoluta fuera del tiempo, perceptible a partir de los
sentidos: la libertad. En el segundo, en cambio, comienza una etapa
donde la violencia cobra rol protagónico y cada giro biográfico se
vuelve causal. “no sé por qué en este instante/siento que un minuto/puede hacer la diferencia.” Al despertar del paraíso empieza la frontera del cuerpo (“Si la bala hubiera alcanzado/el punto exacto del nervio”).
Y en esta nueva percepción –en el recorrido por cada uno de los hechos
fortuitos (o no) que marcaron la vida de la autora de modo concreto-
comienza la escritura. La privación se vuelve condición de posibilidad
para revelar los mecanismos que subyacen en la institución carcelaria. Obligado Tic Tac
es un camino que empieza en el paraíso, recala en el cuerpo y acaba en
la conciencia y la reflexión sobre el panóptico y la vida mecanizada. “Cada paso que doy/es como una cachetada/un `estate quieto´ en la frente/un culatazo en la nuca.”
Y si bien el tiempo se manifiesta como esta
dimensión irreversible (lo que ya ha ocurrido), la oportunidad o
responsabilidad de haber elegido otro rumbo, la opción de que los
acontecimientos fueran otros, también lo es. Aunque no haya vuelta atrás
y el tiempo transcurra, queda lugar para la voluntad: la voz poética.
Para Cabrera los muros adquieren al menos dos
sentidos. Por un lado, condiciones materiales que operan directamente
sobre el cuerpo; por otro, una barrera que puede superarse (no sólo
mediante la espera y el fin de la condena) en la proyección de otros
espacios y recuerdos. “Mientras te escucho, Gloria/voy atravesando
paredes, puertas y rejas/abro candados, cruzo cercos./¿Y sabés qué? Los
alambres no me lastiman…”
El encierro, entonces, se vuelve tan literal e
inevitable como circunstancial. No alcanza a definir al Yo sino a
describir un estadio, un tiempo presente específico (la diferencia entre
“ser” preso y “estar” preso). Y en este presente es donde comienza la
reflexión. Esos espacios-tiempo otros se configuran y hacen posible el
texto. “Miro la ropa tendida/en el patio de ayer/con los ojos de ahora.” El tiempo se ha vuelto experiencia.
Mientras que los recuerdos advienen y las
calles se abren a la mirada retrospectiva, el territorio carcelario
comienza a borrarse. El sujeto no pertenece, camina por la ciudad desde
la óptica de un extraño (de nombre Marsault como el protagonista de El extranjero
de Camus). En este vaivén, la poesía adquiere un status liberador y
evasivo. Si bien acepta el cuerpo y pone sus uñas en lo real que lo
determina (como peligro, horror y muerte), acaba rompiendo con toda
representación fosilizada. “De pronto gritaron recuento/y fuimos como las vacas/rumeando por el pasillo…”
Allí, donde hay desnaturalización y hasta
burla sobre las prácticas de control, sobreviene otra visión del mundo.
Los muros carcelarios han pasado a ser otros muros. Los engranajes del
orden, de la humanidad. Las barreras que separan a los hombres de los
deseos. Y por allí concluye la autora y hasta quizá deja una pista: “Yo sé bien adónde voy/pero todavía/no te lo dije.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario